viernes, 6 de agosto de 2010

Homero versión ladys


Nunca he sido muy deportiva, de hecho, la palabra “muy” queda de más. Los viernes de gimnasia sólo eran mis favoritos porque no tenía que ponerme zapatos ni camisa y claro, podía vagar por una hora sin el tormento de entregar tarea.

Una vez intenté entrar al equipo de voleibol, sólo porque las jugadoras eran las más populares, después de la primera práctica descubrí que no había nada de malo en el anonimato escolar.

La verdad es que no sé porqué hay que sufrir tanto para dizque ser saludable, porque la piel se pone flácida si no nos convertimos en Félix Sánchez estáticos, si debería ser lo contrario, ya que así no se malgasta.

Odio los gimnasios, la verdad, para mí en lugar de hacerme sentir saludable me enferma la concentración sudor, “machete” y el desesperante aroma a queso rancio que no encuentro específicamente de dónde viene, todos tienen cara de culpable. A esto se suman las feromonas que se escapan de las licras intencional y estratégicamente (no por exceso de libras) ahorcadas, a ver qué se pega que no hieda.

Prefiero ejercitar mis brazos cada vez que satisfactoria y divertidamente inclino la cuchara, a veces también cuando inclino el vaso, nada mejor que usar una vestida de novia en una mano y un chimi en la otra para poner los músculos en forma. Para las piernas, el abdomen y las caderas lo tengo bien definido también, eso se resuelve con un CD de reggeton, después de la rutina anterior, ayudará con las calorías.

Realmente, para mí existen múltiples formas más divertidas y desestresantes que llegar a Baní dando pedal sin pagar peaje, que te pare un Amet y sin ver mangos. Me circunscribo a las anteriores y otras que no puedo mencionar por temor a que no publiquen el artículo.

Además, me duele, me da nostalgia y sería malagradecida si borrara de mí las huellas de tantas buenas noches de cervezas entre amigos, espaguetis, tacos, sancochos, chivos y asopaos compartidos con mi gente. La querida arandela que sobresale por encima de mi pantalón no es más que un álbum carnal de buenos momentos, de harturas y risas, para qué deshacerme de él si puedo sobarme la panza y revivir el momento.