martes, 8 de junio de 2010

La Verduga en casa


En casa, papi tenía la fama de ser el permisivo, el de la chercha y los paseos. Pero cuando hablamos de vivir con mami, bueh, esa era la Verduga de la casa, que bajaba los humos y decía “usted no va pa´ parte”, hasta pensé que tenía un plan en mi contra.
Lo tenía todo literariamente claro, “ella era el enemigo”, porque –según mi utópica teoría- ninguna madre sería capaz de torturar a su hija mandándola a fregar en pleno Chavo del 8, o hacerte madrugar, a las 10 a.m. del sábado, porque le cogió con que había que limpiar.
No, y donde realmente confirmé mi teoría de que posiblemente yo era adoptada, fue cuando me puso el cepo veraniego. Juro que pensé que mi padre era viudo de mi madre rica, se casó ella y por mi recién perdida acaudalada posición, ella me odiaba.
Fue en sexto grado, recuerdo el terror que tenía el día de la entrega de notas, le pedí a Dios que el lavado se complicara, que alguna mancha en la ropa de papi le impidiera ir y entonces mandara a papi a recogerla, pero para mi sorpresa, lamentablemente descubrí bastante tarde que Dios era su mayor cómplice. Al llegar a casa sólo lo dijo una vez, “no vas a perder ese año, vas a recuperarlo en verano”. ¡!!!¿Qué quiso decir con "recuperarlo en verano"?!!! ¡¿Se atrevería a meterse con mis inviolables vacaciones donde mamá en Santiago?! No creo que llegue a tanto, sería como declararme la guerra a la clara, él no se lo permitiría, hasta ahí llegaría su tortura. Pero realmente lo hizo, dos meses en una escuelita surrealista, en donde no sólo recuperé el año, sino que me volví la más popular, con todo un séquito, sólo eramos unos diez en el horario de la tarde, pero todos me seguían, hasta el curso de los mayores, pasé de Abdia la idiota que vivía en la oficina de la psicóloga a Abdia Cappone.
De un uniforme, delicadamente planchado, limpio y combinado, pasé a una camisa abierta con un t-shirt debajo, medias deportivas y los zapatos que me apetecieran, jamás agarré un libro, sin embargo obtenía las más altas calificaciones, pasé de chica con problemas de aprendizaje a ser casi una niña prodigio.
Hoy, después de una adolescencia fabricando fábulas sobre mi desventura, he visto las cosas increíbles que esa mujer hizo por mí. Crecí y ella lo hizo conmigo, se volvió como dice papi, en mi gran compinche. Fueron muchas las veces que tuvo que aguantar las letanías de papi con todo y sus "glorias", cuando preguntaba ¿y Abdia? y ella respondía “de campamento”, a pesar de que cuando yo salía el único que estaba en casa y al que le decía que me iba era a él.
Aún escribo fábulas sobre ella en mi cabeza, pero ya no es la madrastra de Cenicienta, ahora es aquella que se levantaba cada noche a encenderme la luz, cuando con la voz temblorosa y cortada le gritaba en la madrugada “mami, mami, tengo miedo”, sólo después de grande recordé aquellos detalles, sólo de grande entendí que en verdad me había salvado un año y tal vez la vida, sólo de grande la recordé levantarse a las seis a hacernos desayuno o acostarse tarde haciéndonos a mi y a mi hermana los vestidos de navidad. Aunque realmente, ni después de grande he podido comprender por qué fregar justo en la hora del Chavo, si a fin de cuentas, lamentablemente los trastes no iban a desaparecer.

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